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EL 3 DE MARZO DE 1977, la cadena PBS de Estados Unidos transmitía la familiar imagen de William F. Buckley Jr. encima de un pequeño estrado. Sus invitados, Eduardo Roca, ex embajador argentino en los Estados Unidos, y Robert Hill, embajador de los Estados Unidos en Argentina, se hallaban sentados en sillas de cuero a su izquierda. Hill se inclinaba hacia Buckley y éste lo miraba por el entreseño.
Una fotogénica cuadrilla de jóvenes -probablemente estudiantes de la Escuela Lincoln en Buenos Aires, donde filmaron los episodios- se hallaban sentados en el suelo, mientras Hill le explicaba a Buckley y a su colega diplomático que los informes occidentales habían minimizado la brutalidad del ala izquierda de Argentina, y que no habían logrado explicar los aspectos positivos del gobierno del país, el cual se hallaba bajo condena internacional por los brutales asesinatos y las desapariciones de disidentes civiles.
“Y es por eso que su presencia aquí es muy importante”, le dijo con seriedad Hill a Buckley, editor fundador del semanario conservador The National Review. “Porque usted es respetado en este país y es bien conocido en los círculos internacionales. Y las opiniones que transmite en los Estados Unidos sobre sus impresiones sobre la Argentina son mucho más importantes que las del embajador Roca o las mías. Entonces, cualquier cosa que nos pregunte sobre Argentina, estaremos preparados para responderle”.
“Muy bien, muy bien”, dijo Buckley, mientras jugueteaba con su bolígrafo. “¿Por qué, en su opinión, la historia Argentina es tan desconocida en los Estados Unidos?”
“En mi opinión, Mr. Buckley, creo que uno de los problemas que tiene el gobierno argentino es su falta de comprensión de las relaciones públicas”, dijo Hill. “Varias veces hemos hablado sobre esto con amigos argentinos. Y hace poco tiempo han contratado a una reconocida firma en Nueva York para que los represente”.
Fue el último de los cuatro episodios filmados en Buenos Aires del programa de entrevistas de Buckley, Firing Line, ganador de un Emmy. Para Buckley, quizás la influencia intelectual más significativa en el conservadurismo estadounidense moderno, el viaje representaba la oportunidad de ejercer influencia con autoridad sobre lo que se conocería como la “guerra sucia”. También le daría la oportunidad de mostrarse junto a una eminencia de la literatura, nada menos que Jorge Luis Borges, entrevistado en uno de sus cuatro programas, quien durante la década de 1970 fue un defensor explícito de la Junta Militar argentina y de su líder, el presidente Jorge Rafael Videla.
Según documentos obtenidos por CJR, toda la gira de Buckley fue un proyecto cuidadosamente gestionado por la propia Junta, la cual trabajó con la firma estadounidense de marketing y relaciones públicas Burson-Marsteller, que mantenía una lista de periodistas potencialmente comprensivos para que la Junta recurriera a ellos. En esa lista, alguien de la firma había escrito junto al nombre de Buckley: “Podría ser convencido de viajar a la Argentina después de las elecciones estadounidenses”. Y ahora, aquí estaba.
Una referencia cruzada entre los contratos y otros documentos de la campaña de relaciones públicas, cotejada luego con episodios de Firing Line, cables diplomáticos dados a conocer por Wikileaks en 2010 y Archivos de Seguridad Nacional de EEUU, permite obtener una imagen más completa del papel que Buckley y los medios internacionales en general jugaron con el objetivo de contribuir a ocultar las atrocidades del gobierno argentino.
Caption for doc embed: El programa completo de Burson-Marsteller en español. Para el PDF y documentos relacionados, haga clic aquí.
Una imagen más favorable
El gobierno había implementado una estructura de comunicaciones altamente controlada que logró amordazar a la prensa dentro de Argentina. A partir de junio de 1976, solo tres meses después de que la Junta tomara el poder, los publicistas de Burson-Marsteller firmaron un contrato con el gobierno con el objetivo de proveer servicios de relaciones públicas. En octubre de 1976, entregaron un documento de 155 páginas titulado “Un programa de comunicaciones internacionales para Argentina”, en el cual se describe cómo fue que planearon obtener ayuda de los medios internacionales para blanquear los crímenes de la dictadura.
En agosto de 1976, esos crímenes eran imposibles de ser ignorados por los diplomáticos. “La viciosa reacción antiterrorista por parte de las fuerzas de seguridad que actúan clandestinamente, incluido el asesinato de varios sacerdotes y el lanzamiento de cadáveres en toda Buenos Aires, sorprendió a muchos argentinos, haciéndolos conscientes de cuán lejos habían llegado las cosas”, escribió Max Chaplin, con fecha 30 de agosto de 1976, en un cable al Departamento de Estado. Los escuadrones de la muerte de la derecha que circulaban en Ford Falcons verdes, operaban a plena luz del día. Las transmisiones de Buckley fueron filmadas solo unos meses después. “Los sucesivos secuestros y asesinatos antiterroristas, que ahora eclipsan considerablemente las actividades del terrorismo de izquierda, han tenido como blanco a políticos y eclesiásticos”, detalló.
El propio Borges estaba mencionado en el programa de comunicación de Burson-Marsteller, dentro de la sección de “turismo”, donde lo ofrecían como una cierta atracción cultural para los visitantes. Siendo uno de los escritores argentinos más famosos y además fanático de Videla, Borges fue un peón perfecto para la campaña de relaciones públicas. Burson-Marsteller había prometido a la Junta que enfatizaría sobre el terrorismo de izquierda “al proporcionar evidencia clara de la brutalidad de la guerrilla o de los terroristas”. Hill, el embajador de Estados Unidos, representó fielmente esos intereses en las transmisiones de Firing Line:
Hill: En su opinión, Buckley, ¿qué cree que fue lo que causó el problema de los derechos humanos en Argentina?
Buckley: Bueno, lo que ha causado el problema de los derechos humanos ha sido una serie de informes de personas presuntamente inocentes que han desaparecido, esencialmente; además de la omisión por parte del gobierno de revelar los nombres de los desaparecidos.
Hill: No, eso no es correcto, en mi opinión. El problema de los derechos humanos fue causado por los terroristas. Estaban matando personas inocentes. La primera semana que estuve en Argentina salí una mañana de la residencia, a las nueve menos cuarto, y a las tres cuadras arrojaron un cuerpo frente a nuestro automóvil. Por supuesto, el objetivo era hacernos atropellar el cuerpo y luego culpar por este incidente al embajador de los Estados Unidos y al chofer. En noviembre envié a Washington diez páginas sobre acciones terroristas desde que vine a Argentina. Diez páginas. Algunas de ellas eran aterradoras.
Buckley llega a Buenos Aires
Entre 1975 y 1983, Uki Goñi trabajó para un pequeño periódico en inglés llamado Buenos Aires Herald, ahora famoso por ser el primero que publicó nombres de personas desaparecidas cuando prácticamente ningún otro medio de prensa dentro de Argentina lo hubiera hecho. Goñi recordó el trabajo de Burson-Marsteller. “Los periodistas solían traducir informes financieros para ellos por un dinero extra”, le contó a CJR.
Además de la publicidad en las transmisiones de Buckley y en sus columnas muy funcionales a la Junta, Goñi cree que contar con una poderosa firma de relaciones públicas de Nueva York, sumada a la visita de Buckley, resultó un estímulo moral para la dictadura y al mismo tiempo desmoralizó a los periodistas en Argentina.
Al momento del impulso en las relaciones públicas por parte de Burson-Marsteller, Robert Cox era el editor del Herald. Cox, quien apareció en una de las cuatro transmisiones, le dijo a CJR que sus amigos le habían advertido que no fuera al programa, pero pensó que “podría ser capaz de transmitir a una audiencia estadounidense algo de lo que era la verdadera y sombría realidad”.
“La impresión predominante afuera -y probablemente aún más en Argentina-, era que había sido un golpe de ‘terciopelo’, sin sangre”, dijo. Cox no sabía que Burson-Marsteller estaba involucrada en la campaña de prensa, pero estaba al tanto de su trabajo en Argentina. “Creo que es justo decir que la sofisticada propaganda de Burson-Marsteller ayudó a tejer una trama de mentiras que permitió a los militares cometer atrocidades con total impunidad”, señaló. “Con una prensa obediente y un control total sobre las transmisiones de aire, la dictadura logró utilizar a Burson-Marsteller para crear una imagen falsa de Argentina, dentro y fuera del país”.
El 31 de enero de 1977, Buckley entrevistó a José Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura, quien había firmado varios de los contratos de Burson-Marsteller. Martínez de Hoz promovió los planes económicos para Argentina, y se mantuvo en el libreto del programa de comunicaciones, proyectando una imagen de una economía estable y mejorada y un país propicio para la inversión extranjera.
Martínez de Hoz fue el primer civil ex miembro del gabinete en ser arrestado por delitos de la dictadura. Fue detenido en 1988, pero luego indultado en 1990 bajo las leyes generales de amnistía del presidente Menem. En 2010 fue nuevamente arrestado, después de que esas leyes fueran declaradas inconstitucionales. Lo acusaron de haber colaborado en la comisión de delitos de lesa humanidad, específicamente el secuestro en 1976 de los empresarios algodoneros Federico y Miguel Gutheim -padre e hijo-, cuya compañía, Sideco, fue supuestamente obligada a firmar contratos que favorecieron al régimen de Videla, según el New York Times. Falleció bajo arresto domiciliario en 2013 sin haber sido condenado.
Hill murió en 1978. Según el diplomático estadounidense Tex Harris, quien falleció poco después de ser entrevistado para esta investigación, la política de la embajada de EEUU en ese momento era no entrevistar a víctimas de abusos contra los derechos humanos, por temor a interferir en los asuntos argentinos.
Seguimiento y retracción
Después de grabar en Buenos Aires, Buckley escribió una columna de opinión que describía a los militantes de la izquierda con detalles explícitos y retrataba al general Videla como una “criatura inusual” y “un presidente renuente”.
Al final escribió dos breves frases sobre la violencia de la derecha: “En una campaña antiterrorista, es extremadamente difícil hacer sintonía fina. Las personas que toman sus pistolas o sus escopetas al ver a un terrorista o a un presunto terrorista, no es que han sido entrenadas en West Point”.
“El contenido de [la columna] era 100 por ciento consistente con el objetivo [de Burson-Marsteller] de defender la reputación de la dictadura de Videla”, escribió Juan Méndez, ex detenido de la Junta y ex relator especial para las Naciones Unidas sobre Tortura, en su libro Taking a Stand.
Años más tarde, en junio de 1985, Buckley publicó una retractación en el Washington Post. No mencionó a Burson-Marsteller, pero culpó a Borges -de 77 años- y a Cox por haber influido en su opinión.
Cox dijo que Buckley lo llamó más tarde y le preguntó: “¿Hemos sido engañados?”
Muchos otros periodistas y periódicos se hallaban mencionados en el programa de Burson-Marsteller, incluidos Edwin Darby, entonces en el Chicago Sun-Times; el columnista Ernest Cuneo y Michael Frenchman, del Times of London. La visita de Buckley fue solo una de las piezas de una campaña que se extendió por años con el fin de influir en la opinión pública y retratar bajo una luz más positiva lo que era una brutal dictadura militar. Pero es uno de los datos más exhaustivamente preservados.
¿Qué efectos a largo plazo tiene en nuestra memoria colectiva este tipo de propaganda? ¿De qué manera puede medirse en retrospectiva el daño causado por la desinformación de alto nivel llevada a cabo por “profesionales” de la comunicación? “Recuerdo cómo odiaba a Burston-Marsteller por las mentiras que costaron vidas y por las cuales se les pagaron enormes sumas”, le dijo Cox a CJR.
No hay nada que pueda traer de regreso a 30 mil personas desaparecidas ni tampoco ofrecerles un cierre a sus familias que nunca sabrán qué sucedió con ellas. Pero ¿es posible reparar el daño causado por la campaña de propaganda en contra de las víctimas?
En 1985, Argentina utilizó su propio Código Penal para condenar a los líderes de la dictadura por los crímenes de guerra. Fue en el histórico juicio a las juntas. Desde entonces, cientos de militares y también algunos civiles han sido condenados por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. Ciento treinta personas que fueron robadas por el gobierno de facto cuando eran bebés, pudieron recuperar sus identidades gracias a organizaciones de derechos humanos que han trabajado incansablemente durante casi 40 años.
Aún así, es probable que después de todo este tiempo sea imposible terminar de corregir por completo la historia oficial.
Redacción en español: Adolfo Ruiz
This article was originally pubished in English as “William F. Buckley and Argentina’s Dirty War.”
Erin Gallagher is a disinformation researcher, translator and multimedia artist with a BA in Integrative Media, whose translations have been published in Global Voices. She studied with Rotary International in Argentina.